Los otros nosotros
En bendita memoria de Vivian ´ ל´ז
En las ciudades más pequeñas, más cerca de ser pueblos que barrio, casi todos se
conocen. Eso permite, que los niños que se pierden de vista, caigan bajo la mirada de
los vecinos, que extienden el cuidado de la familia. Esa proxemia también es
preocupante por la curiosidad que satisface la inmersión en la vida de los demás, pues
todo se sabe y la intimidad y el misterio se afectan.


A la inversa, dado que la tendencia en el mundo sea la de habitar mega urbes, la
ajenidad se puede tornar apabullante. Sin ir más lejos, desde intimar, sudar y compartir aliento en el subte, hasta cohabitar en edificios con perfectos desconocidos.
En otras palabras, los otros vienen a afectar el movimiento, el espacio, la satisfacción de necesidades propias e incluso asedian, perturban o perjudican. Los otros caen dentro de lo que antagoniza y en consecuencia amenaza. Ello requiere el estar en guardia permanente, procurando medidas de protección.
En otras palabras, los otros vienen a afectar el movimiento, el espacio, la satisfacción de necesidades propias e incluso asedian, perturban o perjudican.
A la vez, es probable que en tanto los otros aparezcan tan ajenos, a cada cual le afecte
poco sus destinos, anhelos o necesidades. La preocupación principal sería salvarse,
sobrevivir, cuidar a los más cercanos, a la familia. No me place generalizar, pero
supongo que todos habitamos entornos más o menos acotados, que nos dan
comodidad y razonable seguridad, y por supuesto alegría, la suficiente al menos. Eso se
acompaña de una cierta indiferencia al dolor de los otros, seguramente impregnada de
la necesidad por sobrevivir.
En estos contextos, se aprecia tanto más el esfuerzo de quiénes aportan a construir
comunidad, dan servicio con generosidad y esperanza, trascienden la mezquindad
solitaria. Nada hay más civilizatorio. Valentía y desprendimiento.
Pero todo pegó un giro desconcertante: golpea la pandemia, impone un escenario
apocalíptico que algunos hasta llaman de guerra – se equivocan – y empiezan los
medios de difusión a asediarnos con metáforas forzadas carentes tanto de poética
como de realidad. Por momentos tentadas de tonos autoritarios: tanto condenatorios
como moralizantes. Incluso los amigos y vecinos los replican, incrementan y suman
apocalípticas imágenes.
2
La pandemia hace presente la muerte, la nuestra, que no se disimula en los
fallecimientos por edad, enfermedades, accidentes o guerras lejanas. Se hace presente
a cada uno, con siquiera respirar o arriesgar al tocar objetos o cuerpos.
Esto debe imponer una conciencia de mortalidad, que es tan fácil de disimular en la
trajinada vida cotidiana de necesidad y urgencia. Ya cualquiera te puede contagiar sin
quererlo. Por ello esa distancia del metro y medio, tan rara para nosotros, amantes de
los abrazos, de los besos y de compartir la bombilla del mate, se exprese en un trato
adusto 1 , los semblantes opacos y preocupados resumen pena y desconcierto.
Anonadados. Duele tener que hacer de un modo que no somos. Que no sabíamos ser.
Lo novedoso – quizás luego cuando todo termine se pueda pensar y entender – es que
no es solamente el otro el que te puede contagiar, sino que bien puede ser uno mismo
el que lo haga. El pánico y el dolor de poder contagiar a otro cualquiera, en la calle, por
el solo hecho de tocarlo o respirarlo y causar daño en una escalada potencial, no es
menor a contagiar a nuestros queridos. Ya el esquema paranoico desfallece. Era más
fácil pensar que eran los otros los culpables o amenazantes, ahora hay que incluir que
también podemos serlo nosotros mismos.
Todo esto impone una transformación de la conciencia de comunidad, que ya no se
reparte en los unos y los otros, pues requiere del cuidar al otro y ser cuidado a su vez.
Modo de entender una nueva modalidad de convivencia que representa un giro
dramático, que nos debe acontecer más rápido que volando.
Implica saber que la cuarentena es una orden y una obligación. Si bien hay quienes la
transgreden o desafían, el ciudadano común entiende y acepta. Hasta los niños más
pequeños ya lo saben explicar: vaya logro de los padres, sí, y vaya pena también.
Sin embargo, se requiere un trabajo psíquico para poder aceptar las duras reglas de
relación que se imponen en todo el mundo – que no son solo la cuarentena – como
norma interiorizada y a la vez poder hacernos concientes de ellas. Esto último nos lleva
más tiempo y no se logra con la a veces desaforada declamación periodística. El
miedo, más aún el pánico no son buenos consejeros.
Allí lo paradojal entre el orden público y la conciencia 2 . Refiero una campaña contra el
fumar. ¿Cómo lograr que se fume menos y se tengan menos afecciones fatídicas en la
población y enormes costes sanitarios? El intento de presentar imágenes en las
marquillas de pulmones explotados, seres desfallecientes y colillas de ceniza combada
que equivalen a lo peor: la impotencia masculina, entiendo que sirven de bien poco.
La nicotina es adictiva como la necesidad de calmar la angustia, colgándose del “faso 3 ”
o llenando el vacío interior con humo. Es un modo de publicidad que se apoya en
generar pánico y su ineficacia fomenta un goce “masoquista” del “sigo fumando, total
de algo voy a morir”. O más aún a la Scott Fitzgerald: “elijo el modo de morir”. Me parece mucho más eficaz la campaña que prohíbe decididamente fumar en espacios públicos y en cafés, restaurantes, aviones, buses. En clases de la Facultad de Filosofía y Letras ¿Quién olvidará esos cigarrillos negros “Particulares”, “Oxibitué” uruguayos o
los “Gauloises” de Cortázar que tanto apestaban?
Esa prohibición llevó a transformar la cultura de tal modo que, si antes se despreciaba a los no fumadores, que debían salir a respirar al balcón, ahora es una obviedad que no se fuma tabaco en las reuniones hogareñas. El que quiera fumar, le toca salir afuera y no se discute. Es así. Como tantas cosas que las costumbres y usos hacen obvias. Pero
no lo son, o al menos no lo eran.
Ese cambio en la cultura tomaron un tiempo en asentarse. Tiene su lado de imposición
y prohibición, y también su lado de procesamiento y toma de conciencia colectivos.
Estos últimos requieren de un trabajo psíquico, de esfuerzo y dolor.
Está claro que ahora no tenemos ese tiempo. Sin embargo, es un trabajo y una
experiencia que se realizarán y tendrán su efecto en un futuro próximo. Ciertamente
podrá hacer mucho bien a la convivencia en nuestras ciudades. El miramiento por los
otros y por nosotros, es lo que puede permitir una convivencia menos conflictuada:
cuidar a los otro pasa a ser también cuidarnos. Y su reciprocidad: al modo de la banda
de Moebius 4 : se camina de un lado y se aparece por el otro. Quizás estos tiempos
viralizados generen, pese a todo, una mayor y mejor conciencia de comunidad y de
ciudadanía. No solo localmente sino en escala mundial
Eso ayudará, como varios periodistas anuncian, a que la “grieta” 5 en nuestra sociedad,
lime los filos y asperezas que permita una acción para que un ¨ nosotros¨ se vaya
construyendo. ¿Valdrá también para otras grietas como el medio ambiente apaleado,
las diferencias abismales de ingresos, la exclusión y fuera de circuito, las competencias
salvajes entre países, las guerras sin fin? Veamos.
1 Excesivamente rígido, áspero y desapacible en el trato.
2 Conciencia en el sentido de su uso cotidiano. Ningún término es “técnico”, se presentan como son
usados en el habla cotidiana.
3 Cigarrillo en lunfardo porteño.
4 Se presenta en una cinta plana que, en vez de formar una pulsera con su lado de afuera y su lado de adentro, se le da media vuelta y se pega. Probalo si no la conocés.
5 Grieta se denomina en la Argentina a la fragmentación entre la centro izquierda y la centro derecha, si
eso significa algo, en concreto entre macristas y peronistas.