“Bailando bajo la hoguera”
Juan Tausk
Finalmente se dió, era de esperar.
Un grupo de vecinos calcinados y sin luz corta la autopista. Saben que eso llama la atención, que los visibiliza (Ah, esa palabra mágica), molestan a medio mundo y al gobierno local. Lo aprietan: “ ¡Qué hagan algo!” De esto ya hay escuela y tradición y, salvo la furia de los conductores que fracasan en sus intentos de arribar adonde fuera, nada pasa. Bueno, sí: los noticieros encuentran contenidos abrasadores de caucho quemado. Las fuerzas del orden miran, si las hay, es su orden. Como nada pasa, avanzan los moradores y cierran los dos carriles. ¿Cómo no avanzar, si podés? En épocas estivales hay caída de energía en los países más variopintos. Más en aquellos que subsidiando a medias la provisión, permiten u obligan, facilitan o corrompen, someten al imperio o hacen patria con la desinversión de las eléctricas.


Conversaba con el jefe de policía, hace ya años, por indicación del entonces ministro de justicia. Querían que enseñe a negociar a la tropa en los cuatro institutos de formación. Me confiesa que antes había un límite negociado, ocupen los manifestantes la mitad de la vía y nos ocupamos que marchen tranquilos.
La impotencia de los observadores es dramática y de enorme sufrimiento. Te destroza. Es igual que en la escuela. ¿Cuántos han habitado este infortunio, cuántos lo habitan?, sabiendo que el que se rebela y denuncia el atropello pasa a ser la siguiente víctima.

Si no, palos merecidos. Funcionaba. Pero les prohibieron negociar anticipadamente y en la barricada con los gremios o grupos políticos. A la vez les prohibían reprimir. Llegamos a escenas en que la van de recibir cascotes o les mean las patas y nada. No pude evitarlo, pero le cuento que debemos hacer mejores cosas que cuando era estudiante, dando vuelta autos y ustedes meta gases, pero le explico la ventaja, siempre uno se aquerenciaba a alguna muchacha contestataria y rebelde. Sonríe cómplice.
Ya llegamos a la escena que nunca había acontecido. Pero es un buen comienzo. La barra de Independiente urgida por arribar a la cancha, la va de palos contra los sufrientes del corte energético. Y los fleta. Por primera vez alguien rompe una barricada que corta la autopista. No es para ensalzar, porque hubo al menos una muerte y varios heridos, sino que básicamente no es su tarea. Sin embargo hay una necesidad constitucional de tener vías libres para circular y no quedar cautivo de terceros, con mejor o peor causa y razón. O sea, que la función ordenadora del orden público empieza a ser ejecutada por otros grupos de fuerza. Llamémoslo patota si ejercen la violencia, llamémoslo ejército si provistos de armas.
Pero no es el único signo de fragmentación del ejercicio de la violencia. Las instituciones judías blindan sus entradas anticipando la llegada de nuevos terroristas iraníes, que andan de acá para allá o de sus socios locales. Contratan un ejército privado para asegurarse rezar, hacer deportes o llegar al fin de clases, cosa que no acontece en ninguna otra escuela de comunidad o religiosa, obviamente no en las públicas. Eso se hizo tan natural (odio el término hueco de naturalizado) y cotidiano, que parece propio del ser judío: cuidarse a sí mismos. Lo es luego de inquisiciones, progromos, campos de exterminio y toda suerte de vilezas que han padecido. Pero también hay ejércitos cuidando a countries y barrios cerrados, cuyo único fin es tratar de no ser objeto de chacinería de quienes se les antoje victimizarlos. Y parece tan obvio, claro, se trata de los “ricos”, incluso de ricos de izquierda, fascistas o populistas. Pero, ¿el resto de la población? Siempre es temporada de caza.
No trataré de la anuencia estatal con el “ejército” que se dice mapuche, y que en su nombre comete feroces atrocidades pero me pregunto si no sería conveniente que los gremios, las cámaras industriales, las entidades agrícolas, los equipos de fútbol, los grupos religiosos hasta las barriadas tengan su propio ejército, para defender sus vidas e intereses. ¿Qué digo? Ya los tienen y armados hasta el tuétano. Ni que hablar de la tropa narco.
Finalmente, este choque de fuerzas privadas, el dejar hacer del gobierno y el menosprecio a las fuerzas de seguridad, invitan a la puja salvaje y, como quien no quiere la cosa, nos encontremos sentados súbitamente en la violenta anarquía de la guerra, la peor de todas, la guerra civil. O quizás, nos salve el autoritarismo más extremo, bien llamado totalitarismo, con el que nos hacen jugar. Sí, los matoncitos del equipo de fóbal con que nos hacen jugar en el baldío, ya lo son. Baldía la Argentina, el pueblo anhela mejor destino.