El fiscal siempre llama dos veces

Pero gracias a esa posibilidad de escucharse a uno mismo como si fuera otro, se aviva y rectifica: “Perdón, antes que las tropas rusas se fueran”.  Adorable, pero tarde piaste. 

Un gobernador y docto universitario inaugura prístinos servicios cloacales. Tomando envión al elevar la estadista voz, junto con el índice engallado, afirma que, “…si eso fuera negocio, si se pudiera cobrar y si diera ganancia, ya lo hubiera hecho la mano invisible del Estado”. Insiste con que: “…donde no hay negocio, el Estado no llega”. Le advierten desesperadamente hasta que, más que descabalgar, se cae del caballo. La ciudadanía se alimenta de carne, cuando puede, pero también de “carne de diván”. Es lo que hay. Estas dos escenas son inocuas por lo ingenuas. Alguien suda tinta y otros se matan de risa. 

Pasemos a la luctuosa afirmación con que nuestro presidente, el entonces Alberto Fernandez, inundó de temor a una parte de la ciudadanía y de ideas conspirativas a la otra. Pareciendo un traspié, lo que en el imperio llaman “a foot in the mouth”, nos dice que el lado bueno de la grieta prefiriría al fiscal Nisman tan silente como suicidado.  Pese a que, para las investigaciones forenses y los jueces, fue un contundente homicidio.  El problema es quién fue y, como casi siempre en nuestro bien amado país, eso no se llega a aclarar, hasta que la causa prescribe o descansa en paz, como bien saben en La Rioja. 

Pero hay que decirlo, la persona que enuncia contradicciones permanentes, sin explicación alguna y sin solución de continuidad, revela un funcionamiento sin filtro de su freudiano inconsciente. Eso presume una labilidad de las funciones cognitivas que no tienen buen destino ni para sí, ni para los ciudadanos de la República.

Un presidente puede insistir con sus convicciones íntimas, allá él, pero en esta ocasión hizo una increíble hipérbole y su asesinado de otrora pasó, de una, a matarse a sí mismo. Para un suicidio no había motivos visibles, salvo la magnitud de la “persa y faraónica” denuncia que Nisman iba a llevar al Congreso. Es que, en la larga contienda de Aquiles por salvar a su Elena, los ciudadanos ya desconfiamos cuando nos ofrendan, cual gato por liebre, otra tropilla de caballos de Troya. ¡Ahijuna la lobuna! El suicidio es siempre una suerte anunciada por definidos indicadores que registran los psiquiatras y psicólogos bien formados, que los hay. En eso hasta el encargado del edificio no falla.

Pero, aun así, de haber sido suicidio el de Nisman, ¿por qué el fiscal Luciani, que acusó a la expresidenta y actual vice a la cárcel por corrupción,  habría de hacer lo mismo?  ¿Se copian, se contagian estos fiscales? ¿Es moda, como el lenguaje “exclusive”? ¿O será que les quedan grandes la imponencia de los delitos y sus autores?  Serían buenos motivos para “limpiarlos”, si vamos al plano de las conjeturas, propio de los policiales de serie negra. ¡Vamos Chandler!

Confieso que, por segunda vez en 50 años, coincido con una afirmación llana de la madre de la Plaza de Mayo, pero la elevaría con la ayuda del padre de Mafalda: “No es necesario decir todo lo que se piensa, pero sí es necesario pensar todo lo que se dice”. 

Entonces viene el psicoanalista y dice que la enunciación no era un furcio como el de los “brasileros que se caían de los plátanos” – afirmación del presidente ante el presidente de España – sino una ironía y hasta se permite invertirla: “Si Nisman fue asesinado, no encuentro motivo para que no ocurra lo mismo con el fiscal (Luciani)”. En ambos casos, se imagina proteger del asedio del judiciario a su dama. Pero todo Aquiles tiene un talón débil.  

Pero ¿para qué apurarse o desesperar? Si donde un fiscal acusa e intenta presentar pruebas contundentes, el acusado, en su santa inocencia, puede defenderse.    Y ya los jueces sabrán emitir sentencia, total quedan dos instancias de apelación. Una eternidad, pero todo a la vista, si no cajoneado. 

Entonces, debe ser que ya saben ellos, los Fernández, que la sentencia, en efecto, está firmada, por la contundencia de los presuntos delitos que no pueden desconocer, sobre todo si los hubieran o hubiesen cometido ellos mismos. Será que la firma ya la habrían puesto ellos y la única manera de evitar su propia sentencia, sería romper la Justicia argentina de alguna manera. De cualquiera.

Por tanto “¡Maten al fiscal!” se puede tornar en una orden “posthipnótica”, que algún alma militante quiera ejecutar o hacer ejecutar – lo que en general es más prolijo y no menos magnicida. Pero el implacable pensamiento ´paranoico´ expande las alternativas.  Algunas almas militantes o inteligentes quizás confabulen con que se puede apagar la causa encendiendo la mecha, pero desde el otro lado. Imaginen volar por los aires al Tribunal Federal que supo ser sede, increíble sincronicidad, de Vialidad Nacional. 

O ir directamente al más simbólico premio mayor e imaginen elevar el Palacio de Tribunales hacia las alturas. Que los dos pares de tablas de la ley de Moisés que lo coronan, vuelen hacia la sinagoga de la calle Libertad, aunque ya las tienen en el frontispicio, pasando por arriba del Teatro Colón y ¡guay! que no lo dañen.  

Es que se podría haber puesto en Tribunales el código de Hammurabi, también en piedra, que era anterior y dictado por el dios babilonio Marduk. Más cercano a los patrones de los tripulantes cubanos e iraníes de cierto avión cautivo en Ezeiza, que de la conspiración sionista en la Patagonia. Dios no lo quiera – el que fuera o fuese – pero es una idea ‘deconstructiva’, como casi todo hoy en día. ¿O se dice destructive?

Terminemos de una vez. “Todos recibimos amenazas, yo también, pero no me preocupo” nos alienta Alberto, desde las entrañas de un pensamiento visceral. 

Yo sí. Temo por mi Patria.