“Ruidos y ruiditos: de la polución sonora a la música celestial”
Juan Tausk
Pasan por todos los barrios. Sí, en el tuyo también. Vociferan su rogativa con voz arrastrada y gomosa de fonola oxidada. Pero, sobre todo, silencian todas las conversaciones hasta los pisos más altos con su: “¡Colchoné, roperó, lavarropá, camááááás!” Interrumpen a coros y sesiones psi. Quizás convenga ese silencio, pero no me gusta que elijan ellos. La primera pasada de carnada y la otra de recolección. Debe funcionarles porque no tienen descanso, ni siquiera tienen piedad de la sagrada siesta sabatina. Me parece que eso – junto con el aislamiento del Covid 19 – deben afectar e interrumpir la vida amorosa citadina, para lo que el latín embellece con una expresiva alocución.


Quizás favorecen una declinación, pues es poco probable que estas poluciones sonoras inciten a la consumación. Y allí van limpiando a las casas de sus sobrantes molestos y gracias que se lo llevan. Más de una/o modera una sonrisa socarrona “¿y si de paso se lo/la llevan?”
Pero hay dos ruidos que me hacen tocar el cielo con las manos. Uno es el estrepitoso y enorme silencio de la sala del teatro Colón – hay que escuchar eso- quebrado con la generosa voz de Joyce Didonato, mezzo, sin ir más lejos.

Pero como asiduo constructor de ciudadanía, reclamo en la Fiscalía de ruidos molestos. La niña amable me hace la psicológica – a mí justamente, eso duele -con que los hay molestos para unos, pero no para otros. Luego interroga, a la Agatha Christie, por el recorrido. “Eso lo sabe tu policía.”- embato – “ pero tengo las fotos de al menos tres diferentes”. Al indagar mi nombre y domicilio… ¡Ya basta! La veo venir con nuestra confusa y lega urbanidad, que pasa víctima por victimario: ´shé igual´.Farfullo: “!Imposible!” Y sí, claro, temo que me la emboquen, son bravos ¡joder¡ y veo que mi causa se precipita. Nuestra amable conversación va llegando al “dejamos aquí” y “arreglátelas como puedas” – total – ¡qué me importa tu infierno!
Finalmente arribamos al momento de la verdad: ella se ocupa solamente de ruidos “inmuebles”, aquellos que no se mueven. Una diatriba insultante a viva voz o una cachetada que paraliza al /a la que la “liga”, o la tele que se sube sola en las propagandas, o sea, la mayor parte del tiempo. A veces los gritos exaltados del buen amor. Esos son de gusto y dan gusto.
Al final lo que quiere el ropavejero móvil son los muebles de los inmuebles, no sé si me entendés. Termino la conversación con mi escurridiza fiscala de diván, de patética neutralidad, con la duda “leninista”: ¿¡Qué hacer!? con los ruidos que ruedan por las calles. Y renuncié para siempre. Si a usted lector le pasa algo similar, me consuela en saber que no soy el único alterado, al menos no tanto. Ya escribí acerca de los bocinazos descerrajados que te dejan tieso de puro cortisol.
Pero hay dos ruidos que me hacen tocar el cielo con las manos. Uno es el estrepitoso y enorme silencio de la sala del teatro Colón – hay que escuchar eso- quebrado con la generosa voz de Joyce Didonato, mezzo, sin ir más lejos. Duele cuando lo interrumpe el celofán de un caramelo en el otro extremo: esa sala canta todo. O estar inmerso en un concierto sinfónico coral de música sacra.
Y el otro, sin duda mucho más cerca de la música celestial: el despegue del fatigoso pupitre, el griterío vocinglero de la apertura de la tranquera y la atropellada salida al patio de recreo de la escuela de al lado. Ese bullicio es la ebullición de lo nuevo, de la risa, de la vida. Ruidosa alegría de los niños que mejora el humor ciudadano. El picadito de los grandes golazos, las manchas tan venenosas, la sutil técnica de la payana y el yo-yo, hasta el arte de la bolita. La timba y el desarrollado mercadeo de las figus – me falta aún el ´ave del paraíso´ del álbum Maravillas del Mundo, si alguno… La rayuela que te lleva al Cielo a los saltitos o al infierno. Los “¿te querés meter conmigo?” en que nunca se sabe bien si somos novios o qué. También la fluidez de las barras y las grupalidades con sus excesos de desprecio, pillaje, piñas y matonaje, hoy llamado ´bullying´. El recreo es un mundo de experiencia y aprendizaje, ¿no habría que hacerlos más largos e incluirlos en la currícula? Cómo quisiera escuchar a un padre con: “¡Otra vez, pedazo de nabo, te llevás Recreo. ¿Cuándo me vas a aprender?!” Y una “furtiva lacrima” se asoma pertinaz, pues ya mi casa no da al patio y mi vida no tiene recreo.
Pero, consuélate amigo vecino. Hay ruidos, sí, pero también hay ruiditos.
Y suenan más fuertes.
Y para que practiques el diván: mi padre se doctoró en Derecho en la Universidad de Berlin y gracias al nazismo no pudo ejercer y se vino para acá. Su tesis: “Ruidos molestos en el vecindario.” Freud deambula en cada esquina porteña.
Nota Tomo el título de Judith Akoschky y homenajeo su trayectoria mágica. Enseñó a amar la música a nuestros hijos. Nacida en las colonias judías de Entre Ríos, diseñó educación musical del nivel inicial para el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Produjo cuatro mágicos discos 33 ¿o eran ya cassetes?: “Ruidos y ruiditos”, desde el ´76 al ’88. Un regalo para tus hijos o nietos.