A veces conviene soltar la mano
Infancias y Adolescencias I
Juan Tausk
Nuestras manos se reunían fácilmente cada vez que la buscaba al kínder y luego a la escuela. Era natural, necesario y “al toque”, cual destinadas una a la otra. Esa pequeña mano en movimiento, intensa y tranquila en la mía. Envolverla, contenerla y sabiendo del cuidado en relación a los peligros de la calle y de la vida pero, sobre todo, la incomparable sensación de lo amoroso.
Vaya alegría el buscar a los pequeños a la escuela. La charla ocurrente en el auto, los chismes de aula y los chistes desopilantes, alguna preocupación o situación derrapada que llaman a conversar. Me confirmo nuevamente que nada mejor que la risa suelta y cómplice. Pura diversión y goce.


Ya en su segundo grado, llega el día en que le debo hacer LA pregunta. Es claro que era una interrogación propia, pues percibía que yo también necesitaba ir de la mano y, siendo un tema de ambos, me juego a suerte y verdad.
Amén de ciertas madres que vemos arrastrar a sus niños a paso de adulto, es bello cuando las manos se encuentran tiernamente, padres con sus hijos, parejas de jóvenes o de adultos.

“Decime, cuando vamos de la mano, ¿no sé si soy yo el que te lleva o vos la que me llevas a mí?”
En una mágica experiencia de conversación – como son las de verdad – hay una elevación del envolvernos en nuestras manos hacia el reino de la palabra. Me contesta con su leve y profunda sabiduría:
“Un poco y un poco”
Entendimos, pero ella ya lo sabía de antes.
No pasan dos meses quizás, que percibo que no está tan cómoda pues el agarre se debilita un poco y su mano se revuelve cual pez. Detalle sutil pero, sin duda resistido por el que esto relata: pues no quiere renunciar a llevar /ser llevado de la mano.
Le pregunto si ahora las chicas prefieren no ir tan de la mano de los abuelos. Un nítido sí aclara los tantos. Me refugio en el sí para cruzar la calle: algo no es nada.
Comparto el tema y no hace falta contar con lo que intentan confortarme las voces amigas. Para la pena de no tener esa mano confiada en la mía – andá a explicarme que el crecimiento y las presiones ideológico grupales de las compañeritas o que los paradigmas de los tiempos que corren siempre tan actuales y todo eso. Bien lo podría pontificar yo pero, ¿a quién le sirve o qué despeja? Moraliza nomás y eso es inconveniente en las conversaciones amistosas y hasta en las relaciones psicoterapéuticas, en las iglesias universales o en los retorcidos meandros de las proclamas de la autoayuda.
Amén de ciertas madres que vemos arrastrar a sus niños a paso de adulto, es bello cuando las manos se encuentran tiernamente, padres con sus hijos, parejas de jóvenes o de adultos. Emociona cuando son mayores. Cuando no hay simulación pues el goce se lee en los rostros.
Nuevamente los tres en el auto y
Yo: ¿Qué hay de nuevo?
Ella: Que una nena es bilingüe y que su papá prefiere vivir en los Estados Unidos.
Ah sí, la maestra me retó.
Yo: ¿Por qué?
Ella: Porque estaba borrando una raya de marcador con el “liquid paper” y me dijo que
no se puede y que lo haga de vuelta en otra hoja.
El hermano: ¿Cómo que no se puede? Si yo lo uso en quinto.
Yo: Para el lápiz, la goma y para el resto el corrector. Pero, quizás hay un motivo porque
no se pueda usar en segundo. ¿Le preguntaste por qué?
Ella: No.
Yo: Conviene preguntar, sin enojarse. ¿Qué se yo? Por ahí las mamás se quejan que
mancha la ropa y no sale.
Él: Capaz que se la inventó.
Ella: Sí, pero ella me dijo “Yo te conozco: le tomás prestado de tus compañeros para
gastárselo”. ¡Pero yo no soy así!
Yo: No tengo dudas. No está bien lo que te dijo tu maestra. Por el corrector puede haber
una regla y se la debe aceptar, pero igual conviene preguntar. Pero, ¿tanto te conoce
para decirte que sos así?
El: Sí, estuvo mal.
No me gustó esta historia. Ella no podía replicar a la maestra y más que enojada, estaba indignada. Ya con eso me demostraba que soltarse de la mano y afirmar su persona en opinión, valor y actitud guardaban relación.
Pero, ¿qué habrá entendido de lo que le dije? Me dolía la escena y lo que le dije se lo decía desde mi mejor y veterana experiencia: haberme “quemado las pestañas”.
No le contó a su mamá, lo hice yo. He aprendido de la vida que no hay que dejar pasar, que se debe encontrar la oportunidad y que no sirve contestar enojado, aun estándolo, o más aún, ofendido.
Días más tarde, en otra ocasión, nos matábamos de risa repitiendo la escena y el “yo te conozco, yo te conozco”. Pero, el te conozco mejor que vos a vos mismo, es la prédica de la manipulación para someter y culpabilizar. Véase la dureza de la atribución: el de ser envidiosa y destruir el objeto del otro.
La semana siguiente:
Ella: Ya lo resolví.
Yo: Contame.
Ella: Hice lo que me dijiste. Le dije que yo uso el “liquid” para corregir y además que yo
no soy así: no uso las cosas de los compañeros para gastárselas y que yo también
presto. (¡No salgo de mi asombro!)
Yo: ¿Qué te contestó?
Ella: “Bueno”
Rápido el hermano mayor que bien la cuida: “¿Nada más? “
Ella: Sí. “Perdón”
El hermano: Ah, bueno. Capaz que se levantó de mal humor o la dejó el novio.
(La tenía clara pues sabe de esto: buen jugador de fútbol, goleador exquisito del Estrella de Maldonado, abreva de plantarse y de armar las jugadas con los compañeros).
Yo: Sos una genia y me encanta que te sirvió lo que dije el otro día.
(Hay quienes en el mundo de las organizaciones lo llaman empoderar).
Nunca le contó a la mamá y eso que se charlan todo. Con lo que se ve que su mundo se ensancha y ella se pronuncia.
Ahora, estimado lector, te diré algo que ya sabés:
No hay que soltar la mano cuando es necesario acoger al otro, albergarlo y no dejarlo “colgado”. Sobre todo a un niño, pues sabemos el daño que genera. Pero también es necesario soltarla para que encuentre su palabra, se afirme y se dé valor, pues desde allí podrá estimar a los demás.
Quererlos y quererse. Lo que vale también para la adolescencia.
Los tres supimos que soltar amarras acercan el reino de la risa, de la inteligencia y de la ternura.