Nieves tóxicas, del Eternauta al COVID-19

Juan Tausk
Mayo 2025
Publicado en Diario Perfil 

Estamos todo el mundo – literal, como dicen los chicos – disfrutando de la fascinante e increíble historia del Eternauta. Muchos lo conocemos del libro de historietas y pocos de leer las tiras semanales. La película es preciosa y tiene una asombrosa producción. Sus méritos los hemos visto junto con los favorables comentarios periodísticos en todo el orbe. Sí, una película que acierta en su adaptación de la historieta original y la acrecienta.
A los argentinos nos gusta que, a diferencia de la abundancia de geografías ajenas, aparezca en un film la ciudad de Buenos Aires y sus suburbios. No es una película porteña y citadina como suele suceder pues cruza el gritón shopping con el retumbar de bombos legüeros y la danza de la chacarera. Lejos de parecerse una sumatoria forzada, logra una fluidez natural. Bien calculada. Los personajes de variopintos rasgos, inmigrantes de todo el mundo e idiosincrasias diversas, como bien lucen y nos enorgullecemos los habitantes de este país, elevaron la película a una popularidad lograda, pues la gente de provincias, también se reconoce en ella. La solidaridad, la calidez y la amistad, que nos caracteriza como ciudadanía, se ve bien reflejada, como sucedió durante la pandemia. Y también la atraviesa la mezquindad y la traición. Es el par Cooperación vs. Autoritarismo, que ya acentuaba Yuval Harari como destino, en el albor de la pandemia. Necesariamente se pega la serie con la desaparición forzada de su autor, Oesterheld y sus cuatro hijas en tiempos de la dictadura militar y con ello una primera asociación: las muertes en cantidades innumerables de nuestra gente. Tantas que su número se prefirió abstracto, o sea, más símbolo y clamor que data precisa. La idea de la muerte que acecha y desaparece a ciudadanos y arranca niños de sus hogares para siempre jamás, atormentó y sigue doliendo después de 50 años. Una historia escrita antes de la dictadura del ’76 se conjuga con el funesto destino de su autor. ¡Desaparecidos!

Mirábamos por la ventana las calles vacías, el viento barriendo las hojas otoñales y nada. Nada de futuro ante un enemigo ignoto que acechaba a nuestras vidas.

¿Bastarán estas ideas para explicar su éxito en la Argentina? Podría ser, pero uno puede preguntarse por qué impactó tanto en el mundo entero. Al final, no es sino una película más de ciencia ficción – claro que muy buena – que desde los cuentos de Lovecraft, se ha repetido permanentemente en invasiones extraterrestres, inteligencias ajenas y amenazas de destrucción de toda civilización.

Tal su éxito en todo el mundo, que hasta surgió curiosidad acerca de ese ignoto juego de naipes que solo se juega en la Argentina y se mama de temprano en la escuela y el club: el truco. Asombran sus voces, las burlas y engaños y su procaz poética: “Por el río Paraná iba navegando un piojo…”. Deben haberse visto en figurillas los traductores.

Intuyo que debe haber habido un factor más, aunque aún oculto, para hacer a la
popularidad mundial del Eternauta. Y creo haber prendido la punta del ovillo.
Observá que en los siguientes párrafos no se sabe si se trata de los virus tóxicos del coronoavirus que flotaban en el aire hace apenas 5 años o de la nieve radioactiva que cae en la película.

Mirábamos por la ventana las calles vacías, el viento barriendo las hojas otoñales y nada. Nada de futuro ante un enemigo ignoto que acechaba a nuestras vidas.
Encerrados en nuestras casas y saliendo lo justo y con pavura. Cual zombies con
mascarilla, barbijos cuando no pantalla y cascos. Hasta guantes de latex o mejor los de fregar platos: se rompen menos y cubren mejor las muñecas. Sin duda desinfectar todas las compras más los zapatos y la ropa de calle. Sin saber si la peste viene de afuera o quizás ya esté adentro. En la calle, la distancia, la desconfianza y el pánico de contagiarse para la eternidad. Salir a dar una mezquina vuelta manzana o ver los nietos
a la distancia, siempre y cuando no los toques ni les respires encima. De besos y
abrazos ni que hablar. O sea, lo familiar se torna en extraño y siniestro. Amenazante.

Eso lo sabía Freud. El mundo se detenía. Íbamos muriendo de a poco, de a muchos. La muerte se acercaba, nos cercaba y ya había quienes desaparecían en los pasillos de los hospitales para nunca jamás. Las despedidas más ruinosas habidas en la historia de
nuestras familias: un muro de silencio ante las puertas del cementerio. No había lugar ni tiempo para el dolor. La vivencia más cruenta: contagiar a nuestros niños y queridos, ser la causa de su desgracia y a la inversa, el otro podía ser la causa de nuestra muerte. De la cordialidad y cercanía que gustamos los argentinos a una rara “persecuta”. ¡Vaya clima de inermidad y confusión. ¿Quién quedaría, si alguno?

Vemos así cómo se puede fundir la Pandemia padecida con el relato inquietante del Eternauta.
Hace poco se conmemoran los 5 años del inicio de la cuarentena, en vez de festejar el día del fin de la pandemia. Somos raros, también hacemos marchas por el inicio del Proceso y no se festeja el día de su caída.

Ya varios periodistas y políticos habían enunciado de modo genérico, lo que un médico televisivo me cuenta que, en su cálculo aproximativo, fallecieron 20.000 personas por “de más”, en el primer semestre del 2021. Sí, el que escribe, investiga y publica en Perfil que, debido a la falta de vacunas generada por las políticas, fueron 25.000 los muertos por “de más” en ese período. Sin poder pensarse esa enormidad, se fusionó al total de más de 140.000 fallecidos en la Argentina por el COVID. Números demasiado grande para imaginar o asimilar, como lo ha sido en todo el mundo.

El pánico de las familias, el temor a la muerte, el dolor insondable y la apocalíptica vivencia de caos por la cancelación del pacto social y la capacidad de crear y amar; junto a la infinita cuarentena – menos eficaz que experiencia de control social -llevaron a la vivencia de que la humanidad podía desaparecer. ¿Lo recuerdas?
Sin embargo, todo ello se fue esfumando hasta casi desaparecer en un penoso olvido, que acecha desde el fondo de nuestros cerebros. Callado y tóxico, como les sucedió a los supervivientes de experiencias de exterminio.

Es que sobre el COVID 19, una vez que las vacunas acabaron con la pandemia, recayó un silencio abismal en todo el mundo, como si todo eso no hubiera sucedido. Ni reconocimiento a los laboratorios que crearon las vacunas, ni a los médicos que se jugaron las vidas. Es que el proceso de duelo social no se ha realizado y lleva a mi entender, a un retorno de lo borrado y reprimido, en que se ligan las nieves tóxicas del COVID con las que vuelan, flotan y caen en el Eternauta. Puede que ya lo hayas pensado.

La película hace presente el callado temor que nos habita: superamos el COVID, pero quizás otra pandemia pueda esta vez sí borrar la civilización y el mundo como lo conocemos. Puede que sea otra nieve – la de la radiación de las bombas atómicas – con que tantos países compiten en producir y amenazar toda existencia.

Quizás el Eternauta aporte a un procesamiento de la memoria del dolor vivido por la pandemia o quizás, sea una nueva oportunidad para volver a olvidar. De nosotros depende.

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