La niña que conversaba con Dios, así como si nada.

La niña que conversaba con Dios, así como si nada.

 Juan Tausk

Nada más placentero que buscar a mi pequeña al jardín. Presta se enrieda la conversación al contarme que Lulú está esperando sendos hermanos gemelos. Lógico que todos estén de dulce espera.

– ¿Está contenta?

– Síííí…

– ¿Y vos también querés tener un hermanito menor?

– Sííí  y mi hermano también quiere, pero mamá no se quiere casar con papá.

La semana anterior era que querían tener un cachorrito, pero la interna fraterna no alcanzaba frente a la paterna.

Un día al año, quizás dos, es como el cumpleaños. A menos que te las veas con el festejo del “no cumpleaños” que el hurón, el conejo y otras alimañas confabulan pérfidamente ante una Alicia atónita, en el país de las maravillas o detrás del espejo.

– ¿Qué te contó la maestra acerca del Día del Perdón?

–  La “morá” nos dijo que Dios nos dio la Tierra y que la tenemos que cuidar y 

   los papás no comen ni beben. ¿Sabés que se me mueve un diente?

– ¡Qué bueno! Va a venir el ratoncito Perez a dejarte dinero – y sin vacilar –  

   capaz que viene a la casa de los abuelos también.

– ¿Y por qué?  

–   Bueno, a los abuelos nos gusta ayudar. 

Pero ahí se me complica, pues ella percibe mi vacilación. ¿Viene a la casa de los abuelos a dejar dinero para la niña o es que ellos se ponen? Está bien el ratoncito, una mentirita que sabe que no es cierta, con el pánico que le tienen la mamá y las tías a las ratas y ratones, salvo Mickey Mouse, es claro. Qué raras estas clasificaciones taxonómicas ambiguas…pero le convienen a la niña, porque así participa de la fiesta de la tradición oral y de sus primeros negocios, además de saber que se está poniendo grande. Si la “figu” de Messi vale tantas más en el mercadeo del patio, mi diente de leche, el primero en caer, también cotiza, ¡joder! 

Me cuentan de la molestia teológica de poner pastito recién cortado y agüita para los camellos de los reyes magos. Que ¿cómo entraban: por el ojo de la cerradura o chatitos por debajo de la puerta? Injuriando todo razonamiento coherente o inaugural.  Para qué modificar el mito y el pequeño comercio dental con una capitalista ampliación a nuevas sucursales, que generan confusión, pero sobre todo desconfianza. Me digo, amablemente, lo de siempre en estas ocasiones, sepan disculpar: ¡callate bocón!

Que los papás coticen los dientes de leche en conjura con el ratoncito, pase. Que se demande de los reyes magos un regalo, o.k., a fin de cuentas, el niño es generoso con sus papás, que disfrutan de ser, por un día, tanto pertenecientes a la realeza como administradores de los misterios insondables del universo. Alimentan su narcicismo infantil, el de los adultos.  Un día al año, quizás dos, es como el cumpleaños. A menos que te las veas con el festejo del “no cumpleaños” que el hurón, el conejo y otras alimañas confabulan pérfidamente ante una Alicia atónita, en el país de las maravillas o detrás del espejo. Un día no es locura, pero creérsela siempre es delirio y “tentación totalitaria”, que abundan en el globo, entre no pocos políticos, jefes de estado, militares, sindicalistas o presidentes de consorcio. Incluso escritores. Hasta que se caen. Es que les falta entender la sabiduría de un poeta precioso, Antonio Requeni, que en sus 92 años y decenas de libros de poesía, dice en su poema “Felicidad” de su reciente libro “’Último viaje”:

 “……Tratar de ser felices pese a todo,

Para siempre, o sólo por un rato.”

Vamos de la mano, por la soleada vereda, con mi adorable pequeña, que perdona con silencio, hasta que irrumpe con un teológico afán de “Iom Kipur”: 

– ¿Sabés que hablé con Dios?

Ahora me empiezo a inquietar de veras. 

¿Hablar con Dios? Un poco tiemblo y otro tanto temo. ¿Mera fabulación o una alucinación? Y entonces hago lo que aprendí de mis tantos oficios y errores en la vida y con prudencia, pregunto. 

– ¿Que te dijo?

– Hola

– ¿Y vos?

–  También le dije hola.

¿Así de coloquial hablará Dios con los suyos? Porque las biblias usan más bien la tercera persona, un reverendo tú o mejor un usted, si es que no hay una cuarta más majestuosa.

– ¿Y después qué te dijo?

 –  Soy Dios. 

Eso es fuerte, así empiezan las tablas de la ley mosaicas.

  • ¿Dónde estaban?
  • En mi pieza.
  • ¿Cuándo fue? (Ya me sentía en un mediocre peritaje judicial, casi todos lo son).
  • Cuando tenía dos.
  • ¿Le contaste a mamá?
  • No, Dios me dijo que no le cuente a nadie…

 

Un Dios tan de tuteo, ¿va con mayúscula? Por las dudas…La veo cavilar y me calma.

 

  • Me dijo que al abuelo, sí.
  • ¡Qué suerte que tengo! ¿Y de dónde te hablaba Dios? 
  • Desde la mesita de luz. 

 

Y ahí me avivo. Si ella duerme en la cama que se saca de debajo de la del hermano y al lado tiene la columna de cajones. Nunca tuvo mesita de luz. De una, me bolaceó. De inmediato me recuerdo cuando, después de dar una conferencia con los jueces supremos de la suprema corte de un presidente supremo de Venezuela, un periodista me entrevista para la dominical columna central. En medio de la entrevista y de no sé dónde, le digo que “los niños que no saben mentir, están mal educados”. Levanta las cejas y la birome, se le caen las gafas. “¿¡Lo qué!? “

 

Y sí, si no mintieran, estarían obligados a ser transparentes a la mirada de sus padres. Debe haber alguna separación para poder iniciarse personas independientes y no quedar colgados del cuerpo materno o de la palabra del padre.  Deben preservar una intimidad que es intocable y eso vale para las parejas, los amigos, como para las conversaciones en una psicoterapia. Esa intimidad que se empeñan los medios y films en visibilizar con banalidad, como si valiera la pena, sin pudor ni reserva.  Para todos esos casos, hace falta lo que sale con generosidad desde ese otro lugar, que bien se llama fuente de lo creativo y de la palabra propia, de la metáfora que brinca y de la poesía. Nada de retozar y rehogarse en el cieno fangoso de la sinceridad suicida de los fogones de corazones abiertos de los campamentos juveniles, que terminaban en guerras de palabras cruzadas y gente enojada. Ahogaba amores incipientes o indecisos.

 

El derecho en que uno se autoriza a ser confidencial, hasta con uno mismo y abrirse a una conversación sincera y con variadas cotas, según el fluir de las aguas. Todo un arte, que no se deja de aprender durante toda la vida.

  

Al fin, salió la entrevista en página central del domingo. Día en que tantos, por no hastiarse tanto de sí mismos, se leen incluso las notas fúnebres, como si fueran su horóscopo. Claro, tienen su sintaxis literaria. Pero de mi heroica frase del niño maleducado, nada. No fue la primera vez en mi vida y espero que no sea la última. A veces hay que saber callarse.

 

Y ahí mi chiquita me ensarta en su mágica novela, tierna y divertida, como diciendo que, si vos te venís con el energúmeno del ratoncito Perez, yo voy por más y me vengo con Dios y todo. Entendí ,mientras ella ya disfrutaba de su “cajita feliz”, que de eso la cadena de comederos entiende tan poco. 

Hay que ser cauteloso con estos niñitos juguetones y salvajemente adorables. Hay veces que, de argumentación y de teología saben más que uno. 

1 “Tentaciones totalitarias: ver morir” en Crónicas y vivencias pandémicas. Juan Tausk. Inédito, aún.

2 Día del Perdón. Tradición hebrea.

3 Lunfardo de mentir o engañar.

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