“Tentaciones totalitarias. Ver morir.”
En memoria de George Floyd.
Los videos del New York Times del 1º. de junio muestran los diversos ángulos de un mismo asesinato. Fue como estar dentro de esa escena desgarradora, funesta, obscena. Ver morir de a poco. No pocos no pudieron conciliar el sueño. Escena sin motivo. ¿O lo tenía?
El hombre fue detenido vaya a saberse porqué. Siendo un hombre de talla y sin duda
fuerte, se resignó sin ofrecer resistencia. Lo cual inquietó visiblemente al policía que lo
dominaba pues se lo ve buscando una “situación”. Quería merecer más acción. Cuando lo llevan a George Floyd al móvil policial, estaba esposado en la espalda. Poco se puede hacer así. El hombre se cae o no quiere entrar, se escucharía una alusión a claustrofobia.


El hombre se cae o no quiere entrar, se escucharía una alusión a claustrofobia. Pero ya en el piso, ese policía apoya una rodilla con todo su peso sobre el cuello del hombre de color, mientras que otro aprieta su tórax del mismo modo. Se queja el hombre por la imposibilidad de respirar.
La impotencia de los observadores es dramática y de enorme sufrimiento. Te destroza. Es igual que en la escuela. ¿Cuántos han habitado este infortunio, cuántos lo habitan?, sabiendo que el que se rebela y denuncia el atropello pasa a ser la siguiente víctima.

Brama con un ronquido desgarrador y repetido. Otros policías ayudan o permiten o no objetan; el púbico se escandaliza, varios reclaman al policía. Hasta que afloja la presión, la escena se congela en ocho minutos. El cuerpo yace inerme, exánime.
¿Qué fue eso? ¿Qué necesidad? He intentado denominar a eso una modalidad de “tentación totalitaria” 1 el aprovechar la disponibilidad de un poder sobre los otros para hacer posible ejercer un dominio como intento de denigrarlo (sic), reducirlo, expoliarlo y hacerlo sufrir. Un acto de ostentación pública de un poder sin restricción y un beneficio mezquino. La psiquiatría solía denominarlo acto perverso: gozar de generar daño en el otro y administrar su sufrimiento. Eso se lo había aprendido de las experiencias concentracionarias que habitaron toda la historia humana, sobre todo en grandes escalas en el siglo XX. Hacer del otro una piltrafa rebajada y despreciable.
Tornarlo nada. Señala Giorgio Agamben 2 que el objetivo sustancial del campo de exterminio era reducir a los hombres y mujeres a una nada testimonial, “musselman 3 ”, entregados a la muerte. Pareciera que ese es un filo siempre al acecho.
La escena de Minneapolis se asemeja a lo que se denomina “bullying”, fenómeno que en su diversidad aparece tan frecuentemente en las escuelas y en las organizaciones, claro, en escalas menores, pero en registros equivalentes. Una persona despojada de su condición de tal, la víctima, George. El perpetrador violento aprovecha su legitimidad u oportunidad en el uso de la fuerza. Ejerce un poder total sobre un conjunto de personas, lo que le debe generar sórdidas satisfacciones perversas y sádicas. Es acercarse a ser un dios pagano: recordemos al torturador local designarse dios frente a sus víctimas. El séquito que comparte la violencia y está protegido por el matón (bully): nada les va a pasar a menos que se rebelen: ahí el resto de los policías. Finalmente, los observadores, participantes pasivos que observan. Nadie pudo hacer lo que había que hacer, lanzarse sobre el policía. ¿Se entiende? Quizás. Atacar a un agente del orden es un delito mayor, sin duda en los EEUU. Te queman a balazos. Vos lector, yo, ¿tendríamos esa audacia? Recuerdo el tamaño de las piedras lanzadas a nuestros policías en Plaza Congreso. “Sixteen tons” como cantan Los Plateros, de modo cruel e insidioso y vino sin castigo.
La impotencia de los observadores es dramática y de enorme sufrimiento. Te destroza. Es igual que en la escuela. ¿Cuántos han habitado este infortunio, cuántos lo habitan?, sabiendo que el que se rebela y denuncia el atropello pasa a ser la siguiente víctima. Y al precio de tornarse despreciable para los otros y ante uno mismo, quebrarse como sujeto y padecerlo toda una vida. Vaya si es doloroso y dañino. ¿Hubiera acontecido con un detenido que fuera blanco? Me apresuraría a contestar con el dato de un tradicional racismo en sectores de la policía en los EEUU como confirman los medios. Pero hay que ser cautos. En no pocos países, el exterminio de población se basa en la inexistencia del “otro” como persona, por religión, raza, defecto, inmigrante: ajeno.
Para satisfacción de aquellos que somos afectados, la reacción de protesta fue masiva y de todas las etnias, religiones y nacionalidades, en tantas ciudades de los EEUU, acompañados de la indignación en todo el mundo. Eso es afortunado, porque se sostiene en que eso no debe acontecer ni una vez, o lo que llamamos también desde la otra punta, no debe suceder “nunca más”. Voz esperanzada, sí, pero su sola enunciación como consigna indica, que habrá más, pese a todo y a nuestro pesar. Tantos que lo entendimos, que nos reconocimos en el “todos somos George” y sus equivalentes en todo el mundo.
¿Qué vino después? El de las protestas masivas, necesarias, legítimas, que se pronuncian en las calles. Pero hay que distinguir, hay siempre otros públicos: el de las multitudes que se desbocan y toman por asalto las ciudades, destruyendo casas, negocios, mobiliario urbano, asaltando y saqueando. El cúlmine del “progrom”. Se entiende, no se justifica. La quiebra del pacto social en este asesinato, impulsa su equivalente de modo masivo. Esa tensión y posibilidad están siempre latentes y a veces incluso el vandalismo es diseñado a medida. O sea, también tiene su política. No
obstante, un motivo fortuito, siempre grave, permite desencadenar los hechos y hacer aflorar la rabia por la exclusión, el escándalo por la espera infinita ante necesidades fundamentales: el hambre, el hacinamiento habitacional, los destinos funestos en sus vidas, el despojo a los niños de una infancia alegre, la falta de dignidad que estampa la pobreza extrema.
Al generarse choques sostenidos entre las fuerzas del orden y las multitudes, se desencadena caos y violencia. La represión se torna salvaje y el desorden sacude la convivencia ciudadana. ¿Qué vino primero? Es una articulación previsible. Entiendo que ante situaciones tan palpables de abuso del poder, conviene a las autoridades tanta violencia para justificar una bruta represión. Hasta la causan, a eso se denomina los servicios que aportan la “inteligencia” o cuerpos de choque variopintos.
Todo lo cual no opaca la voluntad de protesta y el repudio multitudinario en las calles.
Es un pronunciamiento ciudadano que aspira a cambios fundamentales en sus sociedades y no debe renunciar.
Entonces ¿qué queda?: Insistir en construir futuro. Un trabajo a realizar iniciando en las instituciones educativas y siguiendo en las organizaciones, empresas, sindicatos, fuerzas de seguridad y sin duda en entornos de gobierno, tendiendo a favorecer la igualdad de oportunidades, un reparto más generoso de los recursos, el cuidado de la población en riesgo, reducir los efectos de la discriminación y de la exclusión social, promover políticas de colaboración en el trabajo, generar liderazgos participativos y gestionar las conflictivas. Denunciar y asegurar la reducción dramática de la corrupción y la arrogancia. Sobre todo, cuidar la infancia. Son diversos nombres de la educación, o sea de la construcción de civilización.
Cuidado y sensatez, consulta y sensibilidad, prudencia y generosidad, son virtudes que todos los ciudadanos y sus gobiernos debemos construir. Pero quizás estas ideas se parezcan a promesas electorales. Es que administrar poder sobre los otros, tienta.
Ciertamente el equilibrio en nuestras sociedades entre las funciones de autoridad y la participación ciudadana responsable es necesariamente inestable. A eso también se lo denomina historia. Sin embargo, el “empoderamiento ciudadano” implica no dejar pasar ningún evento que resuma una “tentación totalitaria”. Se trata del construir civilidad, una y otra vez, para poder respirar.
1 Desarrollado en “La tenacidad del odio y la fiesta de la vida: negociación y psicoanálisis para una convivencia posible” Psicolibro Buenos Aires 2019. Del autor de esta nota.
2 “Lo que queda de Auschwitz” Pre-textos, Valencia 2000
3 Se denominaba así a los que ya entregados, estaban al morir: en posición fetal que asimilaban los prisioneros con la posición de rezo de los mahometanos: “musselman”.