“¿…y el pueblo dónde está?”
Juan Tausk
No tuve miedo, no acá, pese a que todo el mundo andaba armado hasta los dientes, bueno, no todos, los hombres, los jóvenes a partir de los 18 y también algunas mujeres. De 45 los más, pero había de 38 e incluso 22. Calculé a ojo más armas que en cualquier villa que se precie de salvaje y narco. Unas cinco mil armas portadas al cinto y todo bien pacífico, amable y fraterno. Respetuoso. Es una Argentina que existe, pero fuera de los grandes conglomerados, de las crónicas periodísticas y hasta creo, de las encuestas “online” y “focus groups” a por el sillón de Rivadavia. Quizás porque no sean tan pueblo como otros.


Ninguno vino sin traer a sus hijos y a sus padres, hasta los suegros y todo era conversación y ponerse al día. Había familia. El clima era de encuentro, risa y fiesta. Me dice un productor local, comprando sus facturas aún tibias en Danca, que la seca se llevó los pastos para alimentar el ganado y que éstos no sirven ya
Más de mil quinientos caballos con sus aperos impecables y sus jinetes vestidos de fiesta. De fiesta gaucha. El sol patrio encandila al reflejarse en tanta plata y alpaca.

Ni hablar del trigo. El agua vino ese día, pero para qué, lo perdido, perdido. Pero no se perdía la fiesta. No lo hizo por décadas. Nada de melancolía porteña y menos de reclamos por una lluvia de planes piqueteros.
Sí, en Entre Ríos, sin ir más lejos. Nada de malevos borgianos buscando achurar a su enemigo mortal y menos de pendejos que te abren las tripas por un celular o porque sí. Los hombres de bombacha de vestir, camisa y pañuelo. Lagomarsinos de paño de ala ancha o boinas vasco-francesas, infaltables las botas y las rastras tachonadas de monedas doradas, atravesadas por su facón de alpaca o de plata. Los jóvenes más modernos, con cuellos Mao para lucir mejor los pañuelos, bombachas más livianas y achupinadas y a la cintura fajas con tramas norteñas coloridas. Alpargatas. No las clásicas bigotudas a la Inodoro Pereyra, sino de suelas de goma, un tanto modernas para mí. Los más con facón de 15, de maniobrable moderación fálica. Lo interesante es que muchas señoras y chicas iban de bombachas y boina, algunas con su faca a la cintura, pero al frente, más acotadas. En cambio, otras iban más escotadas y hasta con pancitas al aire. Una belleza tranquila. Me llama la atención la mesa en el restorán: cinco muchachos de paisano y cinco chicas a la moderna. Me encantó esa “intertextualidad”: más que relato, conversaban lindo y mucha risa. Eso sí, por nada se sacaban la boina, como ningún hombre en toda la fiesta. Es así, hasta pensé si no se trataba de los famosos gauchos judíos de las colonias. Pero no. Todos los gurisitos y hasta los bebés, lo juro, tenían su boinita. Hasta el stand de ropa infantil tenía bombachas de niños con unicornios o guerreros del futuro.
Puestos de cuchillería, de riendas y monturas y de pilcha de campo. Bien concurridos y motivo de escrutiño erudito. Ahí en “La Paisana”, una chica de Federal, conseguí mis bombachas – una pinturita – y me permitió cargar el celular, exhausto de tanta foto y video. Es que esta gente no sabe estamparte una negativa, será que es de buen trato, lo que en la urbe sabemos agradecer, por ser un bien escaso. Inevitables los cachivaches infantiles de Taiwan, infaltables las empanadas y la pizza. El asado con cuero que mis vecinos de cancha, hombres de campo de Chivilcoy anhelan durante todo el año. Bien que se veía.
Urdinarrain es una preciosa y acogedora ciudad. No más de 13.000 habitantes, habitable. Ningún barrio de chapa y pobreza. La escuela enuncia en una extensa pared: “Cuando yo sea grande, quiero haber sido un niño feliz”. Me gusta, me gustan los docentes que sostienen eso y aman su oficio y a los niños. Comparable a la de una escuela rural en la sierra cordobesa: “Esta es la mejor escuela, porque venís vos”. Eso, bien se llama ternura, acaso.
Tiene sus bellos restaurantes y mejores parrilladas, cafeterías de discreto encuentro. Respetan los edificios de los orígenes y los muestran con orgullo. Creí que el nombre provenía de algún alemán del Volga – castigados por los zares y más por Stalin – no pocos son de ese origen, muchas familias provenientes de todos los países de Europa y otras tantas criollas. Pero no, se trata del general Manuel Antonio Urdinarrain (1801-1869), que combatió en todas y con todos. Pancho Ramírez y Urquiza, en la guerra del Brasil, en Uruguay contra Artigas, Ituzaingó y Cepeda. Sarmiento lo nombra coronel mayor y después de Caseros, llega a general. Diputado y senador nacional, hasta presidió el Consejo de Instrucción Pública provincial. Como en el himno del gran maestro: “Por ver grande a tu patria tú luchaste/ con la espada, con la pluma y la palabra. Bueno, quizás escaseó en alguna de las tres, pero hizo grande la patria. La nuestra.
Mas de doscientos caballos sin domar, fletes preciosos de mil pelajes, esperan su turno. Antes, algunos discursos en la cancha del polideportivo, por suerte breves y sobre todo apropiados, y el himno tocado a guitarra y acordeón, mientras los niños de las escuelas alzan serios sus banderas, ante el mar de cabalgaduras y las tribunas rebosantes. La gente lo cantaba con fervor, no como en mi ciudad, que se lo murmura o musita cansino. Les significa. Quizás por eso de la libertad y la igualdad. O la gloria de amar su tierra y sentirse argentinos.
Un par de hombres de brilloso azabache, tienen el puesto de “drinks” con y sin alcohol, bien concurrido. Se destacaban frente al soleado bronce de los demás. Comparto un desayuno con ellos, porque por suerte la panadería y pastelería del centro, como ya saben, tiene una sola mesa en la vereda. Venían de Haiti y ésta era una “changa” para sostener sus estudios, uno medicina y el otro sistema. Hombres inteligentes e informados, sensibles. Hablamos de los ciudadanos de origen africano en las Américas y me cuentan, era de imaginar, del mal trato y la discriminación. El año pasado, en uno de los dos hoteles de la pequeña ciudad, les dan una habitación y luego el dueño se la da a otros, claro, más claros.
“¡Pero eso hoy se puede denunciar!”.
” Es perder tiempo, está adentro. Hasta los compañeros de la Universidad de Buenos Aires, no nos incluyen en sus grupos de estudio ni invitan a estudiar a sus casas”.
“Tantes” estudiantes pasados de progres, troskos o ambos. Da igual, no, la piel no da igualdad, aún. Y esa mentada Asamblea del año XIII y la carne de cañón enviada al frente en la guerra al Paraguay. Es que como enseña George Orwell (creador del Gran Hermano – el verdadero – en la novela futurista ”1984”) en su cuento de animalitos: “Rebelión en la granja”. Los cerdos dominantes, cambian la escritura en la pared del granero, que pasa de “Todos los animales somos iguales” a agregar una noche: “pero algunos somos más iguales que otros”. Suena. Duele.
Se anuncia para la noche, la jineteada. Hay dos pruebas y cientos de jinetes. De basto y encimera, los estribos permiten afirmarse y flotar sobre el caballo. O de crina: montar a pelo y apretarse contra el caballo. ¿Cuál más difícil? Varían las opiniones, pues se caen bastante en una y otra prueba. En otro desayuno de mesa única – ¡qué medialunas y tortas fritas! – converso con dos jóvenes que vienen a montar. Me dicen que en el campo, casi todos saben domar caballos. Con lo cual esto les resulta un desafío divertido, un riesgo calculado y disfrutan del encuentro con la montonera de jinetes de toda la provincia y más allá. Saben de caerse, lo que se ve en la jineteada. Pero nadie que haya caído, dejará de levantarse y salir caminando digno y altivo, para prepararse para la próxima.
Caerse y levantarse, bien quisiera eso para mi patria que se cae y sigue cayendo. Quizás los que gobiernan – todos los gobiernos – deban aprender de su gente, de esta gente. En varios sentidos. Son gente de palabra, de una sola palabra y su honor y aprecio depende de ella. Me asombra el clima respetuoso y de preciosa amabilidad. Me dice uno que “No somos amigos de lo ajeno” o sea, no somos chorros, ni la lata llama a nuestras manos. Me asombra el locutor pues durante la jineteada anuncia los objetos encontrados. Hasta minucias. En cambio, el otro año, en el día del Gauchito Gil, el 3 de enero, en Pai Ubré, Corrientes, el locutor, desde el tinglado de orquestas de chamamé y bailanta, rogaba que si no “encontraban” el celular, al menos devolvieran el “chip”. Ya iba por el deiciochoavo y contando. Allí estaban los “promeseros” que obtuvieron salud, trabajo, vida o alegría y le cumplían al Gauchito. A cien metros, en el otro tinglado de furiosa y alegre cumbia villera, estaban los “tumberos” que prometieron al Gauchito por su libertad de la cárcel y que obtenida, le cumplían. El ambiente era, como quien no quiere, “heavy”.
Muchos vienen a la Fiesta Provincial del Caballo desde lejos, montados o en transporte. No pocos duermen al sereno, en “motorhome” o en carpas – recuerden que no había sino dos únicos hoteles – pero todos de gusto, no se lo quieren perder. Nada de buses contratados, gente obligada, nada de “sanguches” ni “cocas”, ni pago por trabajar de manifestante. Cada cual pagó su entrada al polideportivo y no era propina.
Me preocupan los piadosos animalistas citadinos, que ya están imaginando la suspensión de las jineteadas por el bien del caballo y por desprecio al gaucho, como si supieran. Ya lo lograron en el desfile y fiesta gaucha del día de la Virgen de Luján. El hombre de campo ama el caballo, sabe de domarlo y la jineteada es una demostración de destreza y valentía. Sí, arte. El caballo no sufre, nomás quiere sacarse de encima a su molesto jinete, que con mucha frecuencia sale volando y trepida contra el suelo, siempre que el equino no se le caiga encima o quedarse colgado del estribo.
A no distraerse, van entrando las numerosas agrupaciones tradicionalistas de toda la provincia. Mas de mil quinientos caballos con sus aperos impecables y sus jinetes vestidos de fiesta. De fiesta gaucha. El sol patrio encandila al reflejarse en tanta plata y alpaca.
Llama la atención la cantidad de mujeres de a caballo en las agrupaciones. Casi superan en número a los hombres y no por cumplir cuotas, sino por vocación y apertura. Hay mujeres vestidas de bombachas, camisa y boina o sombrero de alas. Otras cabalgan con sus amplios y largos vestidos de paisana, de variados diseños y color, que se despliegan sobre las ancas del pingo. No sabría decir cuál es más femenina, pues todas encandilan con sus hermosas sonrisas. Imagino, a no sé cuál extensión obtusa del feminismo acérrimo, vacilar si la una o la otra, o ambas, son consecuencia del “cisheteropatriarcado”. Rara palabra compuesta, casi propia del alemán, que se esgrime más de lo que se la entiende. Quizás su contrario se entienda mejor: “transhomomatriarcado”. En fin, la lengua española no necesita de palabras tan raras como extensas, para hablar claro. ¿Qué te voy a contar? Les dejo el tema a los que saben…
Desfilan abuelos felices de llevar a sus nietos o nietas, compartiendo la montura, madres cabalgan con sus cachorros de teta, jóvenes llevando a su muchacha al anca, bien agarraditas, o será la prima nomás. Señoras mayores, con sus trenzas cenicientas, llevan su edad con amor propio y honra. Veo una jovencita que cabalga con su espléndido vestido, bella y de pícara sonrisa que, algo más robusta de lo que la dictadura de la moda y los medios imponen, se muestra magnífica y altiva. ¡Eso es! Hay alguna muchacha que desfila revisando el “wasá”: serán sus niños que la reclaman o quizás, mejor, un muchacho que la procura. Flota en el aire, la belleza que da el ser y el hacer lo que uno quiere y lo que le importa. Amigo lector urbano, mirá el rostro de los que te acompañan en la calle, el subte o el metrobus. El espejo. Verás que la belleza reside en esa contentura.
Ya la jineteada es acompañada por la aclamación, ante el peligro o la proeza, mientras el payador te la cuenta como un relator de partido de fútbol. El intermedio con el humor pícaro de los Manseros Santiagueños y los duelos de payadores, cada cual mas hábil y engañador, con esa improvisación poética que me resulta admirable. ¿Cómo lo logran? Poemas improvisados al toque, que se pierden en el mismo acto de crearlos. Sería un estilo propio de nuestra argentinidad, el único que faltaba en el abundante y generoso “Festival Internacional de Poesía ¡Ya!” que concluyó ayer en el Centro Cultural Kirschner. Siguen las montas, palenque uno, palenque dos y tres, hasta las cuatro de la mañana y nadie cedió un tranco en las gradas. Los niños se van dormitando en el regazo de sus papis y noto con aprecio, que ningún párvulo se queja o les lloriquea. Nada más te puedo contar de la jineteada, hay que verla, hay que estar. El año que viene en enero, quién no te dice…
Por eso vuelvo a las agrupaciones que desfilan, cada cual lleva su bandera argentina y la de su provincia ¡vieras los rostros alegres y orgullosos! Van entrando al ruedo hasta ocupar toda la cancha del polideportivo, para luego salir a desfilar por la ciudad. ¿Quién es trabajador rural o hacendado, quién arrendatario, quién acopiador?
Todos ellos son los que producen lo que nos alimenta a los argentinos y lo que provee de las divisas que acrecientan el patrimonio nacional. Me resulta raro, pues esta gente de campo no pueden ser el declamado y odioso enemigo de lo nacional y popular. Lo que me lleva a recordar ese cántico que supe cantar en mi juventud militante que, más que afirmación era – en su arrogante ignorancia y petulante narcicismo – apenas ingenua ilusión e incertidumbre: “Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo adonde está?” Le contestaría a ese joven que fui y a otros tantos:
“¡Acá, muchachos! ¡Acá en Urdinarrain!”.
1 No la prenda caladita e íntima, sino el pantalón de trabajo de campo, de gruesa gabardina, cómodo para montar, ancho de caderas y piernas, cerrando al tobillo con un botón.
2 Guerra de la Triple Alianza. 1864-1870. Destruye al país mas avanzado de Latinoamérica.
3 “Sin desfile gaucho por tu bien. ¡Ahijuna la lobuna!”(2021) Juan Tausk. En “Crónicas y vivencias
pandémicas” de próxima edición.
4 “Saliendo del closet. Por una visibilización de la heterosexualidad”. 2022 Juan Tausk en “Crónicas…”
5 Palabra que debo a mi maestro, un hombre de campo, don Fernando Ulloa.